Liberales de ayer, y de hoy
Guillermo Castro H.
Un artículo sobre
el papel de los pueblos originarios en el desarrollo de Panamá publicado
recientemente en el diario La Prensa ("Madre tierra indígena", 27-4-2013) ha
estimulado lo que ojalá llegue a ser un verdadero debate nacional sobre el
tema. El valor principal del texto no se encuentra en la evidente ignorancia de
que hace gala en relación al problema que trata, que ha motivado denuncias bien
justificadas. Ese valor aflora más bien en el intento de construcción de
una postura ideológica que busca prolongar en el presente una importante premisa
de la Reforma Liberal de mediados del siglo XIX en América Latina: que la
condición del indígena estaba directamente asociada a la ausencia de propiedad
privada de la tierra que ocupaba.
Dicha ausencia de propiedad privada, en efecto, impedía la
formación de un verdadero mercado de trabajo en la medida en que la propiedad
comunitaria permitía a todos el acceso a la tierra de cultivo que requerían
para su sostenimiento, y reforzaba la necesidad de relaciones de colaboración
al interior de cada comunidad. La Reforma, en cambio, buscaba la creación de un
mercado de trabajo a través de la creación de un mercado de tierras, esto es,
crear condiciones que son indispensables para el desarrollo del capitalismo en
sociedades cuyo mundo rural – y mayoritario – seguía sujeto a formas
precapitalistas de propiedad que hacían parte del
legado colonial español, como la comunal y la eclesiástica, e impedían
transferir esas tierras a terceros.
La expropiación de esas tierras sujetas a regímenes de propiedad
no capitalistas privaba a los indígenas tanto de la propiedad del suelo que
conocían, como de las bases de la cultura que conocían, y de las normas de
relación social correspondientes. De aquí provino la sustitución del misionero
eclesiástico como portador de la civilización cristiana por la pareja clásica
del nuevo orden liberal: el maestro que educaba para la nueva cultura, y el
policía que recordaba el verdadero trasfondo de esa cultura a quienes se
desviaban del recto camino del progreso.
Estas visiones están de vuelta porque está de regreso la
mentalidad de la Reforma, ahora referida al interés en culminar el proceso de
transformación del patrimonio natural de los pueblos indígenas en capital
natural, al servicio del desarrollo de un capitalismo ya incapaz de generar
verdadero progreso, en las regiones que escaparon a ese proceso en el siglo
XIX. Durante la mayor parte del siglo XX, las actuales Comarcas Ngabe Bugle y
de Guna Yala desempeñaron un importantísimo papel como proveedoras
"externas" de mano de obra para las economías de enclave del banano y
el café, en el primer caso, y del Canal, en el segundo. Los recursos que
permitían a esos pueblos producir los medios de vida necesarios para
reproducirse a sí mismos como fuente de mano de obra disponible para las
economías de enclave son los que ahora están en disputa entre el capital y esas
comunidades.
En realidad, lo que en el fondo parece angustiar más al autor
del texto - y lo que mejor lo retrata en los valores que ejerce, que no son
necesariamente los que reclama a otros que ejerzan - es el vínculo entre la
defensa de esos recursos y la creciente conciencia de sí mismos y sus intereses
que caracteriza hoy a los movimientos indígenas. No han pasado en balde 150
años desde la Reforma Liberal: ya no son los liberales los que imponen en sus
propios términos la integración al mercado de los indígenas mediante
la construcción de caminos y escuelas, sino los indígenas los que reclaman la
infraestructura y la educación necesarios para su propio desarrollo.
El debate sobre el significado y las implicaciones de esta etapa
nueva en nuestra historia – por ejemplo, en lo que hace a las relaciones entre
los trabajadores de la ciudad y del campo, y entre el campesinado indígena y el
mestizo - apenas empieza entre nosotros. Habrá que agradecer al autor del
artículo su contribución en plantearlo, y en el estímulo que eso ha ofrecido a
la participación de todos los sectores involucrados.
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