Confusión / nota sobre el carácter de la crisis que enfrentamos
GCH
Hay
una confusión en el planteamiento básico de los problemas que encara Panamá en
este momento de su historia.
Se da por sentado que la economía crece en una sociedad que no
cambia.
En ese sentido, por ejemplo, la desigualdad puede incrementarse,
sin duda, pero sigue siendo un problema ancestral, etc.
En realidad, el crecimiento - y la desigualdad - son formas -
entre otras- en que se expresa un proceso más complejo de transformación de la
sociedad, de su economía, y de su cultura.
Fuimos una economía rural atrasada.
Las dos zonas más prósperas de aquella economía estaban
asociadas a enclaves económicos que recibían grandes subsidios del resto del
país, su población y su territorio: las bananeras, la Zona del Canal, la Zona
Libre de Colón.
La integración del Canal a la economía interna, como la
inserción de la economía local en la global a través de la formación de la
Plataforma de Servicios Transnacionales en torno al Canal, no son hechos que
puedan ser reducidos a una mera expansión cuantitativa d ela vieja economía de
enclave.
Estamos frente a una nueva economía, aún en formación, cuyo
desarrollo va devastando toda la institucionalidad creada para el servicio y
reproducción de la economía anterior, así como va haciéndolo con las formas del
razonar propias de la cultura asociada a aquella institucionalidad.
Expresión de ello, en el plano cultural, lo es tanto la crisis
de dirección en el sistema educativo como la de identidad y propósito en la
vida social.
La primera reacción, naturalmente, ha sido la de resistir a esa
devastación.
FRENADESO salió así a la defensa de lo que restaba de los
derechos sociales otorgados durante el período torrijista populista de 1972 -
1976, como salieron a la defensa de lo que restaba de la institucionalidad
restaurada por el golpe de Estado de diciembre de 1989 los sectores
democráticos de capas medias.
Todo eso, sin embargo, va de salida.
Los que intuyeron la inminencia de ese cambio - no para
conducirlo, sino para explotarlo en su propio beneficio - no saben con qué
sustituir lo que tan activamente contribuyen a destruir.
Sus oponentes tampoco saben con qué sustituir lo que ya no están
en capacidad de defender.
Todo apunta aquí a confirmar que a lo real hay que estar, no a
lo aparente, y que en política lo real "es lo que no se ve", como lo
advirtiera José Martí.
Urge, cada vez más, identificar la naturaleza del cambio que ya
está en curso, como la de los rezagos del pasado y los obstáculos de coyuntura
que hacen más lento y distorsionan ese cambio, acentuando sus peores rasgos -
en lo que hace a la inequidad social y la desesperanza política -, y limitando
la posibilidad de encauzarlo en una dirección que se corresponda con los
mejores intereses del país.
No estamos ante un problema de mala administración del Estado y
la economía, sino de gestión del proceso de transformación que nos conduce a
una etapa enteramente nueva en nuestra historia.
Esa nueva etapa será recordada por lo mucho peor o mucho mejor
que llegue a ser con respecto a la que la precedió.
Libradas las cosas a la espontaneidad del cambio, será sin duda
peor.
Encaradas en su carácter contradictorio, apoyando lo que esa
contradicción entraña de promesa y previendo a tiempo lo que trae de amenaza,
la etapa nueva puede llegar a ser mucho mejor.
Pero nunca, eso sí,
será una mera continuidad de la que la precedió.
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