Tiempos nuevos, Estado nuevo.
Panamá en las vísperas de 2010.
Guillermo Castro H.
Se dice desde hace mucho que la política es el
arte de lo posible. En esa misma perspectiva, cabría decir que la
administración es el arte de crear las condiciones que hagan posible aquello
que el desarrollo de la sociedad revela ya como necesario. Comprender de esta
manera el vínculo entre administración y política tiene especial importancia en
países en los que el desarrollo se manifiesta en formas heterogéneas y
contradictorias, que tienden a acentuar los conflictos internos sin llegar a
crear realmente las premisas para su pronta solución. Y aunque esto no es
privativo de los países más afectados por las asimetrías de la interdependencia
global, es en ellos donde esos conflictos suelen manifestarse de manera más
aguda y más compleja.
Esta situación se
acentúa en casos como el de Panamá, donde está en curso un proceso de
transición entre un país que ya no existe, y otro que aún se encuentra en
construcción. Aquí, en efecto, la sociedad y su administración pública se
encuentran desde hace ya una década en el proceso de pasar de un Estado
concebido para promover un estilo de desarrollo protegido al margen de un
enclave de capital monopólico estatal extranjero – no fue otra cosa la antigua
Zona del Canal – a otro, nuevo, que fomente un estilo de desarrollo abierto,
organizado a partir de la Plataforma de Servicios Transnacionales que viene
tomando forma en el entorno de la vía interoceánica.
Hoy, los
desencuentros y las diferencias de ritmo entre los diversos sectores de la vida
nacional en el marco de dicho proceso explican los graves problemas que aquejan
a los servicios públicos que el Estado debe ofrecer en materia de educación,
salud, seguridad y transporte. Esos servicios, en efecto, se encuentran a cargo
de instituciones que fueron diseñadas para cumplir sus funciones en una
circunstancia social, económica, cultural y demográfica que ya no existe, y
tendrán que ser objeto de una re - creación, de un alcance no menor – y de una
complejidad mucho mayor – que el de los esfuerzos equivalentes llevados a cabo
en el pasado por las administraciones encabezadas por estadistas como Belisario
Porras, Harmodio Arias y Omar Torrijos Herrera.
De lo que se trata
hoy, en efecto, no es tanto de administrar con mayor eficiencia una estructura
consolidada, sino y sobre todo de fomentar y orientar de manera eficaz la
formación de las nuevas estructuras de gestión que el desarrollo del país
requiere. Son muchos ya los problemas que el viejo Estado ya no puede resolver,
pero el mayor de todos consiste, sin duda alguna, en que las estructuras de
gestión pública – y las mentalidades correspondientes a las mismas – perdieron
hace mucho la capacidad que alguna vez tuvieron para propiciar la formación de
tejido social nuevo, que permita al Estado actuar en acuerdo de conjunto con la
ciudadanía, y que permita a la ciudadanía ejercer un verdadero control social
de la gestión estatal.
En esta
circunstancia, convendría empezar por un examen atento de experiencias y logros
muy valiosos que ya han sido obtenidos en esta transición. En lo que respecta a
la cooperación entre el ámbito privado y el sector público para ofrecer
soluciones innovadoras a problemas nuevos, por ejemplo, la Ciudad del Saber es
un caso destacado. En lo que respecta a la oferta de servicios internacionales
de gran complejidad, la Autoridad del Canal de Panamá ya es, sin duda, el más
destacado caso de innovación exitosa en el país.
Hay mucho que hacer,
en verdad, y mucho que aprender. Para encarar con éxito el desafío de la
transición hacia un Estado nuevo, conviene recordar que el mejor camino es el
que nos lleve desde lo que somos a lo que aspiramos a ser. Aquí, ahora, no
basta crecer en el mundo. Hay que ir más allá. Hay que crecer con el mundo,
para ayudarlo a crecer y cambiar de un modo que nos permita colaborar a todos
en la superación de las estructuras globales, regionales y locales que generan
la desigualdad en el acceso a los frutos del progreso, y renuevan sin cesar –
entre nosotros y en torno nuestro – los obstáculos al desarrollo que surgen de
la pobreza, la incultura y el atraso.
Esto tiene especial
importancia, además, porque nuestros problemas ya no son administrativos, sino
políticos. Por lo mismo, demanda la creación – justamente – de las condiciones
necesarias para establecer una administración nueva, mucho más ágil, mucho más
participativa: en breve, mucho más democrática. Hasta ahora, en campos como los
de la provisión de servicios de educación y de salud, el esfuerzo nacional se
ha orientado mucho más a preservar que a transformar las estructuras de gestión
que hemos heredado del viejo Estado proteccionista. Y esto nos ha llevado al
intento imposible de encarar, contra los vientos y mareas de los tiempos
nuevos, los problemas del mañana desde las mentalidades del anteayer.
Ante todo esto, hay
que ser creativos, sin duda. Pero la creatividad sólo será útil en la medida en
que hunda sus raíces en la realidad que debemos transformar. Hay que tener
extremo cuidado aquí con la transformación de las experiencias de otros en
modelos a imitar por nosotros. A ese cuidado se debe, por ejemplo, el gran
éxito de Singapur y de Corea del Sur. El primero, por haber adoptado la
estrategia de desarrollo más adecuada para una economía que carece de
agricultura y de una amplia reserva de mano de obra barata. El segundo, por
haber resuelto primero en un mismo empeño los problemas – íntimamente
relacionados entre sí – del atraso agrario y el atraso industrial, mediante una
reforma agraria que garantizó el abastecimiento de alimentos para los
trabajadores de la industria urbana, y creó al mismo tiempo un mercado de
trabajo para los hijos de los campesinos, y un mercado rural para la producción
industrial. Y ambos, además, llevaron a cabo la tarea gracias a la
consolidación de un Estado nacional que ha sido fuerte en la medida en que ha
sido eficaz.
¿Cómo será el nuevo
Estado panameño? Es difícil imaginarlo en detalle en las actuales
circunstancias, tan marcadas por el conflicto entre lo nuevo que emerge, y lo
viejo que se resiste a desaparecer. Aun así, cabe imaginar que no será
simplemente el Estado que resulte más adecuado para llevar a su culminación los
primeros grandes logros de nuestra transición, como la creación de una
verdadera plataforma de servicios transnacionales en torno al Canal, y la
proyección de un nuevo lugar de Panamá en la economía mundial que hoy se
reconstituye en torno a la cuenca del Pacífico Norte. Además, y sobre todo,
deberá ser el Estado que resulte más capaz de encarar, encauzar y convertir en
una fuerza transformadora toda la enorme energía social que surge de la
acentuación de las desigualdades y los conflictos internos de nuestra propia
sociedad. Este ha de ser, por necesidad, el punto de partida de un debate que
entre nosotros apenas empieza.
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